El lunes, la administración Trump se encontró en una coyuntura crítica con respecto a sus operaciones militares destinadas a frenar el contrabando de drogas en el Caribe y el Pacífico. A medida que estas operaciones se acercan al límite de 60 días establecido en la Resolución sobre Poderes de Guerra, la posición de la administración sobre si estas acciones constituyen «guerra» está bajo escrutinio minucioso.
La campaña militar comenzó el 2 de septiembre con ataques aéreos contra personas calificadas por la administración como «narcoterroristas». Según datos del 2 de noviembre, 15 huelgas provocaron la muerte de 65 personas. Si bien dos supervivientes del ataque en el Caribe fueron rescatados y devueltos a sus países, finalmente se canceló el rescate de una tercera persona.
Los críticos, incluidos ex abogados del gobierno con experiencia militar, denunciaron los ataques aéreos como ilegales y sin la debida aprobación del Congreso. Según se informa, la administración Trump ha argumentado que la Resolución sobre Poderes de Guerra no se aplica, una posición que los expertos legales consideran incorrecta y tiene consecuencias.
La Resolución sobre Poderes de Guerra, aprobada en 1973 después de la Guerra de Vietnam, establece el marco para la capacidad del presidente de desplegar fuerzas militares sin la aprobación del Congreso. Requiere que el presidente notifique al Congreso dentro de las 48 horas siguientes al despliegue de las fuerzas armadas estadounidenses en combate o de situaciones en las que una acción militar sea inminente. Tales declaraciones desencadenan un período de 60 días durante el cual las fuerzas militares deben retirarse a menos que el Congreso autorice formalmente continuar con la acción.
Esta disposición legislativa tenía como objetivo evitar enfrentamientos militares unilaterales sin control legislativo, un esfuerzo arraigado en el contexto histórico de conflictos anteriores como la Guerra de Vietnam y las operaciones en el Sudeste Asiático.
Informes recientes indican que la administración Trump ha cambiado su interpretación de «guerra», argumentando que las operaciones navales no encajan en esa clasificación. Un alto funcionario señaló que los ataques con aviones no tripulados no representan un peligro para el personal estadounidense y, por lo tanto, no deben considerarse actos de guerra. Esta visión va en contra de la interpretación más amplia establecida por administraciones anteriores, que a menudo clasificaban los ataques aéreos como actos de guerra.
Históricamente, tanto los gobiernos demócratas como los republicanos han informado de los ataques aéreos como actos de guerra en virtud de la Resolución sobre Poderes de Guerra, independientemente del riesgo percibido para las fuerzas estadounidenses. Ese precedente complica la situación actual, especialmente teniendo en cuenta que la propia administración Trump inicialmente dijo que los ataques desencadenarían un requisito de retirada de 60 días.
Las ramificaciones de la estrecha comprensión que tiene la administración de la guerra se extienden más allá de la actual campaña militar. Los críticos advierten que permite al poder ejecutivo eludir los protocolos establecidos, concentrando efectivamente el poder de toma de decisiones militares en la Casa Blanca sin responsabilidad legislativa.
Las interpretaciones legales plantean preocupaciones significativas sobre la posible expansión de la autoridad ejecutiva sobre la acción militar, particularmente mientras el Congreso lucha con su capacidad para regular iniciativas militares no autorizadas. Esta situación emergente subraya la necesidad continua de reformar la Resolución sobre Poderes de Guerra, incluyendo definiciones más claras para evitar futuras ambigüedades legales.
En este contexto, el Congreso enfrenta decisiones urgentes sobre si cuestionar las maniobras legales de la administración o correr el riesgo de sentar precedentes que podrían socavar la autoridad legislativa sobre la fuerza militar. A medida que se acerca el plazo de 60 días, lo que está en juego en torno a la acción militar de la administración (y las implicaciones más amplias para la gobernanza estadounidense) siguen siendo el foco de atención tanto de los legisladores como de los expertos legales.












